Luego de unos días de vacilación me he decidido a comentar algunas de las expresiones e ideas de Julio Cortázar que aparecen en la entrevista que concedió a Life del 7 de abril. He vacilado mucho porque he de referirme únicamente al tema de los escritores "exilados" y al desprecio que Cortázar me dedica por la confesión que hice de mi "provincialismo" en el primer y muy sui generis capítulo de la novela que intento escribir, y que se publicó en el número 6 de la revista Amaru, de Lima. En esas páginas manifesté, también de manera muy sui generis, pero respetuosa, mi discrepancia con el señor Cortázar respecto de la excesiva rotundidad con que afirma que más profunda y sustancialmente entienden e interpretan a Latinoamérica los escritores que viven fuera de ella, especialmente en Europa. El respeto con que lo traté en esas páginas se ha convertido ahora en un mutuo menosprecio entre Cortázar y el que escribe estas líneas.
Afirma Cortázar que “en los últimos años el prestigio de estos escritores –de los absurdamente denominados “exilados”; cita a Fuentes, Vargas Llosa, Sarduy y García Márquez– ha agudizado, como era inevitable, una especie de resentimiento consciente o inconsciente de parte de los sedentarios...”, es decir, de quienes trabajamos en Latinoamércia. Por el contrario, creo que podemos asegurar que la obra de estos escritores ha despertado admiración y orgullo, salvo el caso de quienes andan siempre resentidos contra éstos y aquéllos. ¿Cómo podría probar Cortázar que hay resentimiento y hasta agudizado contra García Márquez, Vargas Llosa y él mismo en América Latina? La única “prueba” que ofrece es no sólo insensata sino algo repudiable. Causa verdadero disgusto tener que expresarse así de un escritor tan importante a quien la gloria le hace comportarse, a veces, a la manera de un Júpiter mortificado, no por explicable menos lejano de su frecuente papel de sapiente y hábil agitador.
He aquí la insensata “prueba” a que me he referido: “Prefiriendo visiblemente el resentimiento a la inteligencia –dice Cortázar–, ni Arguedas ni nadie va a ir demasiado lejos con esos complejos regionales, de la misma manera que ninguno de los “exilados” valdría gran cosa si renunciara a su condición de latinoamericano para sumarse más o menos parasitariamente a cualquier literatura europea.” Admiro con todas mis fuerzas, lo he dicho, a García Márquez; admiro con la intensidad de un “provinciano” a Vargas Llosa, admiraba realmente a Cortázar. He sentido y siento odios y ternuras; el resentimiento aparece sólo en los desventurados e impotentes. Yo soy un hombre feliz y continuaré siéndolo mientras pueda seguir trabajando, aquí o allá. La “prueba” de Cortázar resulta, pues, contraria. En el mismo párrafo citado Cortázar afirma también que se puede renunciar a la condición de latinoamericano. No; no es posible si realmente se ha llegado a tener la condición de tal. Porque si lo intentara, en el propio curso del intento se le descubriría, ya fuera este latinoamericano, artista, lavaplatos o comerciante. No voy a comentar las otras expresiones de desprecio que desde esa fortaleza de Life, tan juiciosamente tomada, me dedica Cortázar, porque son personales y no importan: bastará con que conteste a una pregunta que me hace, un tanto a la manera como ciertos gamonales interrogan a sus indios siervos: “¿Se imagina que vivir en Londres o en París da las llaves de la sapiencia?” No, señor Cortázar, no me imagino eso.
Y ahora la segunda cuestión. Me dice Cortázar: “A usted no le gusta exilarse...”, y a continuación me interroga: “¿por qué, entonces, dudar y sospechar de los que andan por ahí, porque eso es lo que les gusta? Los “exilados” no somos...”
Con respecto a usted y los escritores que usted cita como exilados yo nunca he manifestado duda ni sospecha; al contrario, he sentido un verdadero regocijo por haber creado ustedes –Fuentes es cosa aparte– precisamente en Europa obras que han convivido e interesado casi en todo el mundo. ¿En qué se funda usted para asegurar que dudo y sospecho? Mario Vargas Llosa ha fundamentado muy claramente la razón de su preferencia, de su necesidad de vivir en Europa. Lo ha hecho con energía, aunque ha exagerado un poco –y digo esto teniendo en cuenta mi ya largo trabajo con residencia en el Perú–, ha exagerado un poco los terribles obstáculos que un escritor tiene que vencer en casi todos los países latinoamericanos para poder crear.
Ni Cortázar, ni Vargas Llosa, ni García Márquez son exilados. No sé de dónde ni de parte de quién surgió este inexacto calificativo con el que, aparentemente, Cortázar se engolosina. Ni siquiera Vallejo fue un verdadero exilado. A usted, don Julio, en esas fotos de Life se le ve muy en su sitio, muy "macanudo", como diría un porteño. No es exilado quien busca y encuentra –hasta donde es posible hacerlo en nuestro tiempo– el sitio mejor para trabajar. A pesar de su pasión y muerte Vallejo escribió lo mejor de su obra en París, y quién sabe si no habría llegado a tanto si no se hubiera ido a Europa. Empiezo a sospechar, ahora sí, que el único de alguna manera "exilado" es usted, Cortázar, y por eso están tan engreído por la glorificación, tan folkloreador de los que trabajamos in situ y nos gusta llamarnos, a disgusto suyo, provincianos de nuestros pueblos de este mundo, donde, como usted dice, ya se inventaron y funcionan muy eficientemente los jets, maravilloso aparato al que dediqué un jayllay quechua, un himno bilingüe de más de cinco notas como felizmente las tienen nuestras quenas modernas.
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS, Inevitable comentario a unas ideas de Julio Cortázar, El Comercio, Lima, 1 de junio de 1969, recogido en El zorro de arriba y el zorro de abajo, José María Arguedas, ALLCA XX, 1997, edición crítica Éve-Marie Fell, págs. 411-413
Me interroga sobre una supuesta "generación perdida" de exiliados latinoamericanos en Europa, citando entre otros a Fuentes, Vargas Llosa, Sarduy y Garcia Márquez. En los últimos años el prestigio de estos escritores ha agudizado como era inevitable una especie de resentimiento consciente o inconsciente por parte de los sedentarios (honi soit qui mal y pense!), que se traduce en una casi siempre vana búsqueda de razones de esos "exilios" y una reafirmación enfática de permanencia in situ de los que hacen su obra sin apartarse, como dice el poeta, del rincón donde empezó su existencia. De golpe me acuerdo de un tango que cantaba Azucena Maizani: No salgas de tu barrio, sé buena muchachita, cásate con un hombre que sea como vos, etc., y toda esta cuestión me parece afligentemente idiota en una época en que por una parte los jets y los medios de comunicación les quitan a los supuestos "exilios" ese trágico valor de desarraigo que tenían para un Ovidio, un Dante o un Garcilaso, y por otra parte los mismos "exiliados" se sorprenden cada vez que alguien les pega la etiqueta en una conversación o un artículo. Hablando de etiquetas, por ejemplo, José María Arguedas nos ha dejado como frascos de farmacia en un reciente articulo publicado por la revista peruana Amaru. Prefiriendo visiblemente el resentimiento a la inteligencia, lo que siempre es de deplorar en un cronopio, ni Arguedas ni nadie va a ir demasiado lejos con esos complejos regionales, de la misma manera que ninguno de los "exiliados" valdría gran cosa si renunciara a su condición de latinoamericano para sumarse más o menos parasitariamente a cualquier literatura europea. A Arguedas le fastidia que yo haya dicho (en la carta abierta a Fernández Retamar) que a veces hay que estar muy lejos para abarcar de veras un paisaje, que una visión supranacional agudiza con frecuencia la captación de la esencia de lo nacional. Lo siento mucho, don José María, pero entiendo que su compatriota Vargas Llosa no ha mostrado una realidad peruana inferior a la de usted cuando escribió sus dos novelas en Europa. Como siempre, el error está en llevar a lo general un problema cuyas soluciones son únicamente particulares; lo que importa es que esos "exiliados" no lo sean para sus lectores, que sus libros guarden y exalten y perfeccionen el contacto más profundo con su tierra y sus hombres. Cuando usted dice que los escritores "de provincias", como se autocalifica, entienden muy bien a Rimbaud, a Poe y a Quevedo, pero no elUlises, ¿que demonios quiere decir? ¿Se imagina que vivir en Londres o en París da las llaves de la sapiencia? ¡Vaya complejo de inferioridad, entonces! Conozco a un señor que jamás salió de su barrio de Buenos Aires y que sabe más sobre André Breton, Man Ray y Marcel Duchamp que cualquier critico europeo o norteamericano. Y cuando digo saber no me refiero a la fácil acumulación de fichas y libros, sino a ese entender profundo que usted busca con relación aUlises, esa participación fuera de todo tiempo y de todo espacio que se entabla o no se entabla en materia literaria. A manera de consuelo usted agrega: "Todos somos provincianos, provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional." De acuerdo; pero menuda diferencia entre ser un provinciano como Lezama Lima, que precisamente sabe más de Ulises que la misma Penélope, y los provincianos de obediencia folklórica para quienes las músicas de este mundo empiezan y terminan en las cinco notas de una quena. ¿Por qué confundir los gustos personales con los deberes nacionales y literarios? A usted no le gusta exiliarse y esta muy bien, pero yo tengo la seguridad de que en cualquier parte del mundo usted seguiría escribiendo como José María Arguedas; ¿por qué, entonces, dudar y sospechar de los que andan por ahí porque eso es lo que les gusta? Los "exiliados" no somos ni mártires ni prófugos ni traidores; y que esta frase la terminen y la refrenden nuestros lectores, qué demonios.
JULIO CORTÁZAR, entrevista de Rita Guilbert para Life, París, enero de 1968.
Última atualização: terça-feira, 4 jun. 2013, 08:41